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Cuando sientes que “estás bien”, pero algo en el cuerpo dice otra cosa

Hay momentos en los que puedes decir con absoluta honestidad que tu vida está bien. Nada grave está ocurriendo, no hay crisis visibles, no estás en un conflicto profundo, y desde afuera la imagen es coherente: cumples, sostienes, funcionas. No hay señales claras de alerta. Si alguien te preguntara “¿cómo estás?”, podrías responder con sinceridad: “estoy bien”. Y, sin embargo, el cuerpo dice otra cosa.



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Ese “otra cosa” no es un síntoma dramático. No es una enfermedad, no es un colapso, no es un dolor intenso. Es un gesto más fino: incomodidad al despertarte, presión suave en el pecho, dificultad para respirar hondo, un cansancio que no corresponde a tu día, una inquietud que aparece sin un motivo concreto, una sensación de “algo se movió” aunque no sabes qué. Es un desajuste silencioso que no estorba, pero que tampoco descansa.


La mayoría de las personas intenta ignorar estas señales porque parecen pequeñas, porque no sabrían cómo explicarlas, porque la vida externa no ofrece ninguna razón para sentirse así. Pero el cuerpo nunca habla por casualidad. El cuerpo registra antes que tú cualquier transición interna que esté en curso. Y cuando esa transición empieza a mover piezas invisibles, lo primero que aparece es esta divergencia: tu vida está bien, pero tu cuerpo no está del todo en ella.


Es importante entender algo: hay estados internos que no son visibles, pero son reales. Hay movimientos profundos que no tienen narrativa todavía, pero ya están sucediendo. Y hay cambios que comienzan mucho antes de que puedas ponerlos en palabras. El cuerpo anuncia esos cambios de forma simple: incomodidad, tensión, inquietud, sueño alterado, pérdida de entusiasmo, necesidad de silencio. No para alarmarte, sino para orientarte.


Cuando sientes que “estás bien”, pero tu cuerpo dice otra cosa, no estás frente a un problema. Estás frente a un aviso. Y los avisos del cuerpo no buscan detener tu vida; buscan alinearla. Eso es lo que muchas personas confunden: creen que el cuerpo “interrumpe”. Pero el cuerpo no interrumpe; ajusta. Ajusta cuando ya no puedes sostener una forma interna que funcionó un tiempo, pero dejó de ser suficiente.


Ajusta cuando estás empujando un ritmo que ya no te corresponde. Ajusta cuando estás viviendo desde una identidad antigua que está venciendo. Ajusta cuando una parte de ti ya cambió, pero tu conciencia todavía no lo asumió.

Ese desfase es el origen de la sensación: “estoy bien, pero algo en mí no está bien”.


Lo que está ocurriendo no es que haya algo mal. Lo que ocurre es que hay dos versiones internas conviviendo al mismo tiempo. Una que sostiene tu vida actual con eficiencia, disciplina y responsabilidad. Y otra que ya quiere cambiar estructura, ritmo, límites o dirección. Cuando esas dos versiones se alejan entre sí, el cuerpo lo siente como un desorden suave, pero persistente.


Algunos lo nombran como una sensación de “no estar del todo aquí”. Otros lo sienten como una ligera desconexión de lo que hacen a diario. Otros hablan de “una tensión en el aire”, “una inquietud sin tema”, “como si me faltara algo y no sé qué”.


No importa cómo lo describas. Lo esencial es entender que el cuerpo está marcando una diferencia entre la vida que llevas y la vida interna que empieza a pedir otro orden.


Muchas veces el origen de esta sensación no está en un conflicto externo. Está en una transición interna que comenzó sin tu permiso. Las transiciones no piden autorización. No llegan cuando conviene. Llegan cuando algo de tu vida interna venció su ciclo. Puede ser un rol que ya cumplió su función. Puede ser una forma de relacionarte que dejó de ser suficiente. Puede ser una manera de exigirte que ya no es sostenible. Puede ser un compromiso emocional que ya no refleja quién eres. Puede ser un silencio que necesita convertirse en palabra. Puede ser un límite que tienes que poner. Puede ser un deseo que ya no puedes seguir ignorando.


Cuando esos movimientos comienzan, no aparecen como claridad. Aparecen como cuerpo. El cuerpo es siempre el primer indicador. Y una de las señales más finas de transición es esta: “estoy bien, pero algo en mí está cambiando”.


La tentación, en estos casos, es buscar explicaciones racionales: “quizás dormí mal”, “tal vez es estrés”, “seguro es cansancio acumulado”, “debe ser falta de vacaciones”. A veces es verdad. Pero cuando la sensación persiste más de unos días, no es estrés. Es un llamado. Y el llamado no se responde con descanso solamente. Se responde con lectura interna.


Leer lo que pasa por dentro implica tres pasos: observar el síntoma sin minimizarlo, preguntarte qué parte de tu vida dejó de calzar, y distinguir si la incomodidad es tuya o heredada. Estos tres pasos permiten organizar lo que, de otro modo, solo se vive como confusión.


El primer paso es observar sin minimizar. Cuando dices “igual estoy bien”, “no es nada”, “seguro se me pasa”, estás diciendo la verdad a medias. Sí, estás bien. Pero el cuerpo no está conversando sobre tu vida externa. Está hablando sobre tu vida interna. Y cuando ignoras ese lenguaje, la incomodidad se vuelve insistente. No porque empeore, sino porque busca ser atendida. Observar sin minimizar es decirte: “todo está bien afuera, pero adentro hay algo que quiere cambiar”. Esa frase simple abre una claridad que el cuerpo necesita.


El segundo paso es preguntar qué parte de tu vida dejó de calzar. No necesitas analizártelo todo. No necesitas ir al origen de tu biografía. No necesitas teorías. Solo una pregunta precisa: ¿qué parte de mi vida está en desacuerdo con lo que siento hoy? Puede ser un vínculo, un ritmo, un límite, una tarea, una forma de exigirte, un rol familiar, una promesa antigua, una expectativa que ya no deseas sostener. Cuando esa pregunta se hace con honestidad, la respuesta aparece sin esfuerzo.


El tercer paso es distinguir si la incomodidad es tuya o heredada. Hay momentos en los que estás bien, pero tu cuerpo siente peso porque estás sosteniendo algo que no te pertenece. Cargas con expectativas familiares, con roles heredados, con miedos que no nacieron en ti, con lealtades que ya no necesitan sostenerse. El cuerpo siempre protesta cuando intentas vivir desde una identidad que no es tuya. Y esa protesta se siente exactamente así: “estoy bien, pero hay algo que no se siente mío”.


Una vez identificada la incomodidad, lo que sigue no es entenderla completamente, sino ordenarla. La comprensión total vendrá después. El orden se construye en el presente con tres movimientos concretos: nombrar lo que sientes, encontrar una frase guía que ordene, y elegir un gesto que marque dirección.


Nombrar lo que sientes es poner en palabras lo que el cuerpo ya sabe. No requiere explicaciones largas. Basta una frase precisa: “Hay algo que ya no encaja.” “Mi cuerpo está pidiendo otro ritmo.” “Estoy lista para un cambio interno que aún no sé nombrar.” “Esto me incomoda más de lo que pensé.” Cuando lo nombras, el cuerpo descansa. No porque hayas resuelto la transición, sino porque dejaste de negarla.


La frase guía es la segunda capa del orden. No es una afirmación ni una idea bonita. Es una frase exacta que pone dirección. Puede ser: 

• “No voy a apurar este movimiento.” 

• “Hoy necesito escuchar mi incomodidad.” 

• “No me voy a obligar a sostener lo que ya no puedo.” 

• “Voy a atender lo que el cuerpo está marcando.”

Una frase guía correcta corta la confusión interna y vuelve la transición más habitable. Es un ancla sobria que sostiene tu claridad mientras lo nuevo toma forma.


El gesto concreto es el paso que abre camino. No necesitas decidir nada grande mientras estás en transición. Solo necesitas un movimiento pequeño que libere tensión. Puede ser escribir una línea que resuma tu verdad del día, mover un objeto que simbolice un cambio, hacer una llamada que te ordena, decir una frase que necesitas escuchar en voz alta, cerrar un archivo que ya no te corresponde, agendar un espacio para ti, cancelar un compromiso que agota. El gesto pequeño no resuelve el proceso. Pero abre el día. Y un día abierto cambia el resto.



Volver al centro en estos momentos no significa calmar la transición, sino ordenarla. Significa acompañarte sin exigirte. Significa reconocer que estás bien, pero algo está cambiando. Significa permitir que el cuerpo —que siempre va un paso adelante— te muestre la verdad antes de que tu mente la entienda.



En mis acompañamientos, veo esto una y otra vez: personas que creen que están “exagerando” lo que sienten porque su vida externa está en orden. Personas que dicen “no debería sentirme así” porque no ven un motivo concreto. Personas que piensan que están “a punto de colapsar” cuando, en realidad, están en el inicio exacto de una transición saludable. La confusión no está en lo que sienten. La confusión está en creer que lo interno se rige por la lógica externa. Y no es así.


Lo interno tiene su propio ritmo. Tiene su propia verdad. Tiene su propia forma de avisar. Y cuando avisa, no lo hace desde drama. Lo hace desde incomodidad leve. Lo hace desde tensión suave. Lo hace desde un cansancio que no es físico. Lo hace desde la sensación de “hay algo que tengo que mirar”. Cuando entiendes ese lenguaje, tu vida se vuelve más fácil. No porque evites las transiciones, sino porque las atraviesas con dignidad.


Si estás en este punto —donde estás bien, pero tu cuerpo no está del todo en ti—, no necesitas acelerar el proceso. Necesitas leerlo. Necesitas ordenar lo que sientes antes de que la confusión crezca. Necesitas comprender qué parte de ti está moviéndose y cuál se está resistiendo. Y necesitas un mapa breve que te permita avanzar sin agotarte.


Para eso existe la Sesión de Diagnóstico: para leer el movimiento interno cuando aún no tiene palabras, para distinguir qué parte es tuya y qué parte viene de antes, para encontrar la frase que abre espacio y el gesto concreto que devuelve dirección. No necesitas que tu vida externa cambie para atender lo que pasa adentro. Necesitas entender qué te está avisando el cuerpo.

Porque cuando tu cuerpo dice otra cosa, no está diciendo que estás mal. Está diciendo que estás a punto de cambiar.

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